jueves, junio 25, 2009

El record mundial de disparo parabólico de un proyectil de artillería

... fue logrado sin duda por los Cañones de París, gigantescos supercañones alemanes de la Primera Guerra Mundial (también conocidos como Big Bertha). Aunque en esa contienda los alemanes nunca pudieron ocupar esta ciudad francesa, sus habitantes no estaban tranquilos, porque varias piezas de artillería los bombardeaban desde las líneas alemanas situadas a más de 100 kilómetros de distancia.

Estas unidades estaban montados sobre pesados afustes transportados por trenes, que se escondían cerca de los bosques para evitar ser detectados. Con un calibre de 210 mm, estos cañones podían enviar sus proyectiles a la estratósfera, a una altura de 40 km, en donde la menor densidad del aires hacía posible un vuelo más prolongado. Hasta la llegada del V-2 (cuyo primer vuelo de pruebas fue en 1942), estos proyectiles fueron el objeto lanzado a mayor altura en la historia de la Humanidad. Se trata en realidad del límite de la atmósfera con el espacio.

Estos cañones tenían 34 metros de largo y pesaban 125 toneladas, de manera que su transporte se hacía dificultoso. Se precisaba un gran convoy de muchos vagones para transportar a los tiradores, cargadores, técnicos, mecánicos, municiones, etc. Todo era gigantesco en estas unidades: la carga de pólvora pesaba 180 kilogramos, y el proyectil unos 120 kilogramos. Uno de los puntos flojos de este proyectil era que la carga explosiva era de sólo 7 kilogramos. Sin embargo, la enorme velocidad inicial le permitía, en 170 segundos de trayectoria, recorrer 131 kilómetros, de manera que la velocidad de impacto debía ser otro factor importante del daño causado.

A pesar de que eran muy imprecisos, bombardear un objetivo tan grande no era un problema: una compleja red de espionaje hacía que agentes en París se comunicaran con agentes en Suiza, que a su vez se comunicaban con Berlín de allí con la batería, para poder ajustar los disparos. El proceso tardaba unas cuatro horas. Entre marzo y agosto de 1918, tres cañones de este tipo lanzaron 351 proyectiles sobre París, desde el bosque de Crepy, matando a 256 personas y matando a 620. Eran más bien armas psicológicas, que en la siguiente guerra sería todavía más utilizadas, y con resultados incluso mejores.

Muchos datos acerca de estas armas se han perdido, debido a la forma en que terminó la guerra. Se sabe que se construyeron 21 cañones, usando otros de 380 mm sacados de piezas navales y adaptados al calibre de 210 mm. Sin embargo, durante casi toda la guerra solamente se construyeron dos cureñas ferroviarias. El desgaste era tan grande que después de 65 disparos se los recalibraba a 240 mm, modificándose así las pocas piezas en servicio. Esto puede explicar por qué, aunque se capturó una de las dos cureñas, esta no tenía instalado el cañón, y no se encontró ninguno al finalizar el conflicto. Es de suponer que, en la vorágine del conflicto, hayan sido fundidos para poder construir armas de necesidad más urgente, habiéndose desgastado más allá de toda reparación.

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